martes, 5 de marzo de 2013

La Sacerdotisa Lunar




Su apariencia era la de una joven de veinte años, no más que eso, pero las líneas de sus manos delataban el real camino que había recorrido en la tierra, su sabiduría era la de los árboles que bordeaban su pequeña morada, una cabaña formada naturalmente por dos viejos robles, quienes entrelazados y dejando caer sus ramas sobre una pequeña hendidura formaban la puerta del hogar de Ella, mientras delicados brazos de una cercana vertiente, proveniente de un no muy lejano rio, se paseaban a los pies del refugio, divino néctar en las noches de luna llena en que la gran Diosa se reflejaba en las aguas volviéndolas plateadas y depositando en ellas su sumo poder, instancia aprovechada por ella pues era durante esta fase lunar que creaba todo tipo de pociones, para aliviar los dolores del cuerpo y del alma, de cualquier criatura que pudiese necesitar su ayuda, animal, humano o no humano, ella estaba ahí para él, siempre que la criatura en cuestión fuese digna de su ayuda portando aquello más valioso, un corazón puro.
Así por su pequeño y bien camuflado escondite, llegaban doncellas perdidas, ancianos en los que la fuerza ya los abandonaba, animales heridos, todos ellos una vez sanados prometían volver en agradecimiento, pero jamás uno si quiera había regresado, mas eso a ella no le importaba pues en secreto amaba su gustosa soledad.
Cierto noche en que menguaba la luna y mientras ella yacía recostada a un lado del rio que daba vida a la divina vertiente, un hombre se internó en el bosque en donde estaba ella, el agudo oído  que poseía le advirtió primero que la vista y rápidamente incorporándose permaneció  tras de un grueso árbol, el hombre era alto y bien fornido pero sus fuerzas parecían decaer pues casi al borde del desmayo consiguió llegar hasta el rio en donde  se desplomó sobre las aguas, ella siguiendo su buen corazón de mujer no pensó dos veces y se dirigió a auxiliar al hombre a quien una vez a su lado tomo entre las suaves manos, como quien cuida de un niño, mientras la luz de luna le iluminaba el rostro pálido y sereno.
A la mañana siguiente bien abrió los ojos el joven hombre, ella estaba a su lado, a él le parecía todo un sueño ¿dónde estoy? Preguntaba, ¿quién eres?, interrogaba a la sacerdotisa
Estas en mi hogar, le dijo ella, y yo solo soy una curandera, añadió, te he visto desfallecer a la orilla del rio y haciendo caso de mi corazón te he ayudado, respondió ella
Gracias gentil dama, agradeció el joven, no sé cómo pagar el bien que me ha hecho pues si no fuera por usted yo estaría ahora muerto,  añadió el extraño.
Pues existe en el mundo una manera en que si podéis retribuirme, respondió esta, ¿me dirías vuestro nombre?, añadió ella
¿Mi nombre? claro que puedo confesaros mi nombre, respondió el joven, mi nombre es, continuo el, mi nombres es… entonces de súbito el joven calló y perplejo exclamó  ¡No recuerdo mi nombre, no recuerdo quien soy¡ sollozo amargamente
Ante lo cual ella se mostró muy entristecida ya que no quería causar más tristeza al joven, tranquilo señor, de seguro con el tiempo recordareis quien sois, le tranquilizo esta, de momento puedes quedarte aquí añadió, así lentamente el rostro del joven desconcertado volvió a la calma.
Si bien el malestar del joven continuo largos días, este era del espíritu, del corazón, físicamente se encontraba saludable y vigoroso, y para no fatigarlo más, ya que las fuerzas sin aprovechar se vuelven en contra del cuerpo y además para darle una ocupación, en que mantener su concentración y mente, ella le dejaba algunas tareas sencillas, de esta manera él podía sentir que retribuía en algo el gran servicio que ella le prestaba al darle refugio y comida, así es como en las mañanas el salía a recorrer los bosques buscando leña seca para la hoguera  de la pequeña cabaña, así también era  como alimentaba un pequeño grupo de gallinas que proveían de huevos y de carne cuando el tiempo era el indicado, pero solo estas tareas de índole más doméstica , estaba el joven autorizado para realizar, existían otras  tareas concernientes a la conexión con la diosa que solo eran de ella.
Había pasado más de un mes desde que el joven vivía en el refugio de la sacerdotisa, y entre ambos ya crecía un suave vinculo natural, si bien no pasaban mucho tiempo juntos pues ella entregaba gran parte del día y de la noche al bosque, a las reflexiones con la naturaleza, con la diosa, habían breves instantes en que sin que ella lo notase, él la observaba, ella era hermosa eso era innegable, de delicadas y de suaves formas, con un rostro cuyas finas facciones era enmarcadas por una frondosa cabellera castaña que hacían juego con sus dorados ojos de sol, ya lo habían cautivado desde la primera vez que la vio,  hace más de un mes, pero había algo más, algo en su comportamiento que no era común de una joven, algo místico la rodeaba, una fortaleza superior, aquello le atraía de sobremanera, así es como una noche de luna llena la siguió, el presto mucho cuidado en no ser percibido y tras un roble la observaba cuidadosamente, ambos estaban en el rio, en donde se encontraron.
 La suave brisa de verano hacia ondear sus vestidos y la poderosa luz de luna se reflejaba en ella bañándola de un plateado fulgor que la hacían brillar tanto como la diosa, entonces lentamente ella comenzó a desnudarse, dejando solo un cinto rojo atado a su cintura, el la observaba extasiado, mientras ella se adentraba en el lecho del rio, de pronto el agua a su alrededor tomo un leve tono rojizo que convirtiéndose en pequeños cristales se elevaron cual diamantes  siguieron el camino del haz de luz de vuelta a la luna entonces esta brillaba más fuerte, más poderosa, mientras ella susurraba suaves melodías y elevaba los brazos al cielo dichosa, él no sabía si aquella criatura era una ninfa, una hechicera o una bruja, pero aquello ya no le importaba.
De esta manera cada vez que ella dejaba dicho que llegaría tarde, el auguraba que saldría a realizar rituales como el que acababa de presenciar y la seguía, así en cada fase lunar se encontraba con nuevas danzas, nuevas canciones, y su piel pálida resplandeciente bajo la luna, le enamoraba más y más así con el correr de un año comenzó a comprender aquellos rituales pero no solo desde la mente, pues al sentirse nuevo en el mundo de cierta manera comenzó a sentir como Ella, una conexión con la naturaleza que le daba sentido a su vida, de esta manera comenzó a amar a la diosa y a intentar hablar con ella pidiéndole alguna señal, algo que le aliviase el corazón, pero sin atreverse si quiera a delatar su amor, por temor a perderla.
Ella por su parte le daba cada vez tareas más complejas y lentamente comenzó a enseñarle  de las estaciones, del rio, de cuando y donde se encuentra mejor leña, cuando cosechar, cuando la luna quiere fiesta, o cuando es mejor el silencio, él había aprendido a comunicarse con la naturaleza, con el canto de las aves, y el susurro de los árboles, el aprendió de ella, de su bondad con los demás seres, con la tierra y la amo más.
Cierta noche de luna llena en que ella saldría a realizar sus rituales como es común, le busco para comunicarle que esta noche tardaría, pero no le encontró por ninguna parte, pensó que estaría en el bosque recolectando leña, entonces salió rápidamente, busco horas y no lo encontró, entonces  volvió al refugio, en ese momento una duda atrapo su mente, el se había marchado, como todos en su momento, el la había abandonado, entristecida y decepcionada pues ni siquiera tuvo la gentileza de despedirse volvió a su refugio, a su soledad ahora de vuelta.
 A la mañana siguiente y  mientras ordenaba unos recipientes en la despensa, avergonzada comprendió porque el se había marchado, corrió hacia un viejo baúl que poseía, y lo encontró vacío, aquello que tanto había escondido, ya no estaba, en el secretamente ocultaba algunas pertenencias que el traía el día que lo encontró, pertenencias que de conocerlas le darían pistas de su verdadera identidad, que terminaría por separarlos y ella en lo más profundo de su ser le amaba, pero sabiendo su origen el jamás se enamoraría de ella, pues dentro de sus posesiones contaban una biblia y una cruz, entonces decidió jamás decirle que era un sacerdote y con el correr del tiempo le habló de aquello que ella amaba, de la tierra, de la diosa, con la esperanza que el  viera el mundo como ella lo veía, y permitía así que el la viese en sus rituales, que la contemplara y se enamorara de ella, pero todo había sido en vano pensó y volviendo a su refugio se juró no volver a amar a nadie y dedicarse a la madre como así debió haber sido.
De esta manera y sumida en inevitable tristeza transcurrieron diez años, en los cuales por primera vez su cuerpo sintió el paso del tiempo, a pesar de como siempre consagrar su existencia  a venerar a la diosa y a proteger a la tierra y fue como si en este cayeran de improvisto no diez ni veinte, sino más de cincuenta años,  entonces su rostro estaba surcado de arrugas y sus castaños cabellos adquirieron un tono plateado, ya no podía recorrer el bosque con igual agilidad y sus sentidos fallaron lentamente, se sentía abandonada por la Diosa, por el gran matriarcado espiritual, cierta fría  noche de luna llena, se acercó al rio como era costumbre, sus fuerzas la abandonaban lentamente sabía que quizás sería su última noche en este plano, entonces con mucho trabajo se acercó al rio y sucedió aquello cuando le vio, por un momento pensó que se trataría de un espejismo, una ilusión producto de su avanzada edad pero ahí estaba el, su joven sacerdote, el único hombre al que había amado, todavía parecía joven, al parecer el paso del tiempo no había sido tan cruel con el, algo había hecho mal, pensó la sacerdotisa, algo hacia que ella ya no fuese digna del poder de la Diosa, pero ya no importaba el estaba ahí y ella le observaba, entonces el amor de su pecho broto, como el agua de un manantial, que destroza la piedra y todo a su paso, se desbordó, él se bañaba en las aguas plateadas, él estaba en el reflejo de la diosa, y ella no pudiendo resistir más se lanzó a las aguas, mientras en la orilla del rio ardía una hoguera, encendida con una vieja biblia y un crucifijo enterrado perdía valor envuelto en brazas, el cuerpo de ella retomo su juventud, apenas toco las aguas, entonces volteando la mirada,  el la reconoció, ambos se fundieron en un solo abrazo, ambos eran  luna llena, entonces los cuerpos de deshicieron en pequeños diamantes que se elevaban en la luz de luna desapareciendo del plano terrestre.
Muchos se preguntaron qué fue de aquella vieja hechicera que habitaba el bosque y que proveía de medicina a aquel que la necesitara, pero su cuerpo nunca fue encontrado, algunos creen que se ahogó admirando el reflejo de su Diosa, que justo antes de morir le regalo la ilusión de un amor pasado y de la juventud perdida, otros en cambio creen que el volvió, que el a diferencia de los que juran volver, el realmente lo hizo.
Solo sabemos que días después un sequito de jóvenes misioneros llegaron al lugar escoltados por media docena de soldados, andaban tras la pista de un joven sacerdote, decían que aparentemente habría perdido la fe en Dios pues cierta noche  abandonó sus hábitos y huyó de la iglesia exclamando herejías sobre un bosque y la luna llena.
"El amor nacido entre dos seres humanos en conexión con la naturaleza y con su naturaleza, es el verdaderamente Divino no así aquel que dicen surge de un Dios inventado por los hombres y expresado en cruces de metal"

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